Según el artículo de Marta Ley publicado en El Mundo el 02/02/2020 y divulgado en #OKILAB
Las madres primerizas solteras superan ya a las casadas
Mientras en 1980 más del 90% de los padres se casaba antes del primer hijo, ahora sólo un 43,8% de las parejas lo hace
Verónica y Víctor llevaban siete años de novios cuando decidieron ir un paso más allá en su relación. Siguiendo una lógica tradicional, cabría esperar que lo que vino a continuación fue una boda, pero no fue así. A cambio, su hijo Unai llegó a este mundo a finales de 2019.
«No consideramos necesario casarnos para tener un hijo», explica Verónica. Esta afirmación que quizás no sorprende en los tiempos que corren era toda una extrañeza no hace tanto tiempo, cuando imperaba el esquema noviazgo-boda-hijo, en ese orden.
En 1980, el 93% de las madres primerizas estaban casadas. La cifra ha ido disminuyendo década a década y en 2018, último año con datos disponibles, se constata que se ha invertido la norma. Ya son menos las parejas que se casan que las que no lo hacen, según el análisis de la estadística de partos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Mercedes está embarazada de siete meses y también es soltera a los ojos del Registro Civil. «No nos hemos casado porque nos supone demasiado esfuerzo y dinero», cuenta. Sin embargo, pretenden hacerlo más adelante «por el tema del papeleo». Precisamente, a Gema, que dio a luz también sin casarse, en 2018, le tocó hacer no sólo la gestión de registrar al bebé, sino la petición de la baja de paternidad de su novio.
«Aunque no he sentido presión, creo que socialmente aún es raro tener hijos solteros, parece que lo correcto es casarse y que estás desprotegiendo al menor», afirma Verónica. Gema, por su parte, sí se ha visto cuestionada: «Vengo de una familia clásica en la que se han casado todos y yo he sido la oveja negra», admite.
«Mi padre me ha presionado para que me case, pero al final se resigna». En el caso de Mercedes, sólo las abuelas de ambos se han mostrado reacias a su soltería, lo cual no se atreven a llamar «presión social».La estadística refleja también que es común casarse después de haber tenido el primer hijo. De hecho, una de cada cinco parejas casadas y que tuvo un segundo vástago en 2018 pasó por el registro después de haber tenido al primero. En estos casos, de media, transcurrieron cerca de tres años y medio entre el nacimiento del primogénito y el matrimonio.
Mientras que la sociedad se acostumbra a la normalidad de tener hijos sin estar casado, otro esquemas mentales continúan teniendo gran arraigo y actúan como acelerador del atraso de la maternidad. «Nuestra visión mediterránea, y sobre todo las instituciones, entiende que vivimos en etapas de vida», afirma la profesora del Departamento de Antropología Social y Cultural de la UNED, Elena Corrochano.
Sacarse una carrera y un máster, conseguir un trabajo estable y hasta comprarse una casa se establecen como tareas casi obligadas y a completar antes de considerar la opción de tener un hijo.
«En las dos últimas décadas, es más difícil que una mujer en edad fértil tenga asegurado un futuro laboral», añade la profesora titular de Historia Contemporánea de de la Universidad Autónoma de Madrid y especializada en historia de las mujeres, Pilar Díaz. «La inseguridad en el empleo y la volatilidad de la vida ha sido más acuciante», añade.
Los datos confirman sus conclusiones: entre las mujeres de 30 a 34 años que no han sido madres, un 36,5% apunta a causas económicas o laborales y de conciliación como impedimento, según la encuesta de fecundidad del INE.
En los últimos 40 años, la edad de las madres para tener el primer hijo ha pasado de ser 25 a 31, lo cual va reduciendo asimismo las posibilidades de tener más de uno. Pero éste no es el único plazo que se atrasa. En los años 80, las parejas que se casaban, tardaban de media 22 meses en tener descendencia. Hoy, esta espera es de 37,5 meses, algo más de un año con respecto a entonces.
Este cambio fue más brusco en la década de los 90, cuando los recién casados ya tardaban cerca de nueve meses más, de media, en ser padres. Desde entonces el tiempo ha seguido aumentando, aunque en 2018 se observa incluso un retroceso en la tendencia con respecto a 2010.
Desde que la relación se formaliza, las parejas tardan una media de cinco años en tener hijos, según los datos disponibles en la estadística de partos. Así es para las edades más comunes de ser madre primeriza, entre los 30 y los 34 años.
No obstante, esta información sobre el inicio de la relación estable, que se recopila en el Boletín Estadístico de Parto que los progenitores rellenan en el hospital, no se facilita en la mayoría de las casos, por lo que la cifra es aproximada.
También se prolonga el tiempo entre el primogénito y el segundo hijo, entre quienes llegan a tenerlo. Si antes pasaban de media 42 meses entre uno y otro -tres años y medio-, ahora la cifra es de 59, prácticamente un año y medio más.
Y de forma similar, el mayor incremento tuvo lugar en 1990 en comparación con la década anterior y, desde entonces, este periodo se ha mantenido más estable. Esto tiene sentido, teniendo en cuenta que al ser la maternidad cada vez más tardía, aquellas parejas que desean tener más de un hijo disponen de menos tiempo en edad fértil.
Corrochano recuerda las reacciones que veía hace 15 años, cuando comenzó a investigar sobre la maternidad tardía: «Hablabas con gente mayor y les parecía mal que se tuvieran hijos tarde, pero ahora se acepta como lo más natural del mundo».
En su opinión, al igual que se ha naturalizado esta circunstancia, deben hacerlo otras cuestiones, como que las carreras puedan finalizarse más tarde. «Queremos que la gente tenga hijos y que los tenga jóvenes, pero penalizamos el hecho de tener 40 años y entrar en el mundo laboral, porque la edad es un demérito», reflexiona Corrochano.»Si la prioridad es el recambio generacional, tenemos que cambiar la mentalidad, las estructuras de mercado, de tiempos y de las instituciones». El proceso, considera, debe realizarse en conjunto de la sociedad y no responsabilizando a las mujeres.
Melilla es el muncipio, entre aquellos de más de 10.000 habitantes, que más recién nacidos recibió en 2018, teniendo en cuenta su población. El número de inscritos ese año ascendió a 1.340 bebés, lo que supone un 15,51 por cada 1.000 habitantes.
De cerca le siguen Níjar (Almería), con una tasa de 14,87, y Arroyomolinos (Madrid), con otra de 13,98. Todos ellos quedan muy por encima de la media, que asciende a ocho inscritos por cada 1.000 vecinos.
Por su parte, los municipios de Aller (Asturias) y Rojales (Alicante) fueron los que menor tasa de recién nacidos registraron ese año: menos de cuatro por cada 1.000 habitantes.
En las dos ciudades más grandes del país, Madrid y Barcelona, la tasa es similar: de 8,6 y 8,2, respectivamente